Historias de Paz y Guerra – Daniel Brown
04.01.2022 – República de Liberia
LA MEJOR NOCHEBUENA – Capitán Martín Klanian
Su nombre significa “Tierra de la Libertad”, y su capital, Monrovia, fue bautizada en honor a James Monroe, el presidente norteamericano que firmemente apoyó la colonización de ese territorio por ex esclavos provenientes de Estados Unidos y el Caribe. Liberia fue el primer país independiente del continente africano, y el único que no tuvo que pasar por un proceso de emancipación de una potencia colonial.
El apoyo de Estados Unidos lo proveyó en sus comienzos de una cierta infraestructura, la cual el pequeño país retribuyó con su apoyo a los Aliados durante la Segunda Guerra Mundial. Gran parte del caucho utilizado en ese conflicto para la fabricación de neumáticos, provino de Liberia. Asimismo, fueron allí construidas importantes instalaciones de radio para facilitar las comunicaciones transoceánicas.
En la segunda mitad del Siglo XX, sin embargo, Liberia comenzó a sufrir de los mismos problemas que aquejaron a muchos de sus países vecinos. Golpes de estado, elecciones fraudulentas y el atroz asesinato del Presidente Samuel Doe, llevaron a que un grupo de países anglófonos del oeste africano, desplegaran allí una Fuerza de Intervención denominada ECOMOG, por su sigla en inglés (57).
Naciones Unidas, por su parte, aprobó la creación de una Misión de Observadores Militares para apoyar a dicha Fuerza y además asegurar la desmovilización de los grupos armados y la realización de elecciones libres en el país.
Fue así que en octubre de 1993, once uruguayos, integrantes del primer Contingente Nacional en esa Misión, desembarcaban en el Aeropuerto de Monrovia, entre ellos el Capitán Martin Klanian.
La aeronave Tupolev que dejaban atrás era de porte tan pequeño que solo tenía capacidad para transportar a los pasajeros. Todo el equipaje había sido dejado en Adidjan, capital de Costa de Marfil, para ser enviado en un vuelo separado.
Como ocurre con todos los Observadores Militares, ellos debían procurar su propia vivienda, e inicialmente e hospedaron en el Hotel África, en donde también se encontraba el Cuartel General de Naciones Unidas. A pesar de tener una sólida y moderna construcción, el suministro de electricidad y agua corriente brillaba por su ausencia la mayor parte del día. Por otra parte, la piscina del hotel tenía un tétrico pasado que hacía que los uruguayos la evitaran como a la lepra: en una de las tantas matanzas ocurridas en la ciudad, las víctimas habían sido ahogadas allí mismo, delante de numerosos testigos con los cuales Klanian y sus camaradas tuvieron la oportunidad de conversar.
Pasados unos días, se mudaron a otra parte de la ciudad muy cerca a las embajadas de Estados Unidos y China. Por coincidencia, el Cuartel General acabó mudándose a esa misma cuadra otorgándoles a los Observadores la envidiable ventaja de poder llegar a sus trabajos con sólo cruzar la calle.
Había allí militares de veintitrés países, pro los uruguayos eran de los pocos con conocimiento de inglés, de modo que les ofrecieron cargos de Estado Mayo, además de ser desplegados como miembros de equipos en el interior del país. Sus responsabilidades incluían tareas de operaciones, enlace, comunicaciones y ocasionalmente ser el Oficial de Guardia (58) en el Cuartel General de la Misión.
El 24 de diciembre de ese año, se le encomendó al Capitán Klanian que fuera a buscar a unos prisioneros que estaban en poder de una de las fuerzas en pugna, cuya libertad había sido obtenida en una rápida e improvisada negociación. Se sabía que los mismos estaban heridos y que necesitaban de atención médica inmediata. Como él conocía la carretera por haberla recorrido tiempo atrás y además se quería realizar la misión de la forma más discreta posible, se le ordenó que fuera solo. Ese día le tocaba ser Duty Officer, de modo que se asignó a otro Oficial para que lo cubriera hasta su regreso.
Asegurándose de que su vehículo tuviera suficiente combustible, y llevando agua, galletas y unas latas de sardinas, partió temprano en la mañana, luego de haber notificado a sus camaradas de Uruguay. Su destino era la ciudad de Kakata, en donde supuestamente alguien lo esperaría con los prisioneros, luego de cruzar un puente.
Calculaba que estaría de regreso al promediar la tarde, ya que la distancia a recorrer no era excesiva.
En el trayecto tuvo la oportunidad de interactuar con unos personajes que ya conocía de sus travesías anteriores: los niños soldados. Normalmente se los encontraba a lo largo de carretera, instalados en los puestos de control que son tan comunes en todos los países africanos que están en guerra. Una cuerda atravesada en el camino, con unos raídos trapos colgando de ella, son lo único que le indica al conductor de un vehículo la obligación de detenerse.
Al hacerlo, el mismo es inmediatamente rodeado por esos pequeños, cuyos fusiles AK-47 son más altos que ellos. Pobremente calzados, drogados la mayor parte del tiempo y vistiendo apenas unos sucios harapos, tienen sin embargo total control sobre la vida de aquel que intente atravesar sus “checkpoints”.
Le pidieron a Klanian que les entregara sus documentos, a lo cual se negó. Tenía colgada del cuello sus credenciales de Naciones Unidas, que acerco con su mano a la ventana. Uno de los niños se dirigió a él.
-¿Cuál es su grado?
-Capitán.
El muchachito hinchó el pecho, con marcial suficiencia.
-¡Yo también soy Capitán!
-Ah, muy bien, muy bien.- Replicó el uruguayo, fingiendo seriedad. El sabía que los líderes guerrilleros no tenían dinero para pagarles a sus hombres, por lo que repartían grados militares a diestra y siniestra a modo de compensación. Recordó un intercambio que había tenido tiempo atrás con una obesa mujer local que vestía una especie de uniforme camuflado y exigía ser llamada: ”Mayor General”.
La rutina era siempre la misma: detención obligatoria, chequeo de documentos y “mangueo” de cigarrillos. Klanian no fumaba y además no le parecía correcto que niños de ocho a doce años, aproximadamente como estos, lo hicieran. De modo que les daba algunas golosinas, las cuales ellos siempre aceptaban de muy buena gana. Ocasionalmente algunos le pedían que los trasportara al puesto siguiente, a lo cual el accedía siempre y cuando lo hicieran desarmados.
Era en ese momento que aquellos pequeños guerreros se convertían en lo que realmente eran: niños. Se trepaban en los estribos de la camioneta y sus expresiones se trasformaban en cuanto empezaban a sentir el viento sobre su rostro. Ese era el único momento en que Klanian los podía ver sonreír, como si estuvieran en una calesita o una montaña rusa. La misma escena se repitió varias veces ese día, tantas como puestos de control había en el camino, y no eran pocos.
Llegó finalmente a Kakata,y allí, en una especie de puesto que había a la vera del camino, lo estaban esperando con los prisioneros. A pesar de tratarlo con cierta prepotencia, los captores cumplieron con lo prometido y le entregaron a los tres cautivos sin poner obstáculos.
Los desdichados hombres se encontraban en un estado deplorable.
Estaban golpeados, visiblemente famélicos y con una desencajada expresión de terror en sus rostros que indicaba el indescriptible tormento por el cual habían desde su captura. A uno de ellos le habían cortado una oreja, por donde sangraba profusamente.
Klanian les ofreció agua de su cantimplora, y luego de ubicarlos en el asiento trasero del vehículo, partió rápidamente de regreso a Monrovia. El trayecto no estaba desprovisto de cierta belleza, ya que en algunos lugares los frondosos árboles que bordeaban el camino creaban una especie de túnel por donde casi no se filtraba el sol.
Los puestos de control que había franqueado a la ida, le interrumpían el paso nuevamente, forzándolo a responder otra vez a los interrogatorios, a pesar de que hacía apenas unos minutos que había pasado por esos mismos lugares.
En uno de los puestos, sin embargo, la situación fue muy distinta. Los combatientes se acercaron sin decir una palabra y rodearon la vehículo mirando fijamente al Capitán y a sus acompañantes. Acto seguido, uno de ellos gritó algo en su idioma, y de inmediato apareció de la nada un muchacho de aspecto muy extraño. Vestía los restos de lo que alguna vez había sido un pantalón vaquero además de una camiseta rota y desteñida. Tenía unos trazos rectos pintados en la cara y el pelo teñido con una especie de ceniza anaranjada. Atado al mismo lucia unas trenzas hechas con hierbas y su irada perdida dejaba entrever que estaba drogado. Sin decir palabra se apostó delante de la camioneta y quedo tieso comuna estatua, apuntando su lanzacohetes RPG-7 directamente hacia el vehículo.
En uno de los puestos, sin embargo, la situación fue muy distinta. Los combatientes se acercaron sin decir una palabra y rodearon la vehículo mirando fijamente al Capitán y a sus acompañantes. Acto seguido, uno de ellos gritó algo en su idioma, y de inmediato apareció de la nada un muchacho de aspecto muy extraño. Vestía los restos de lo que alguna vez había sido un pantalón vaquero además de una camiseta rota y desteñida. Tenía unos trazos rectos pintados en la cara y el pelo teñido con una especie de ceniza anaranjada. Atado al mismo lucia unas trenzas hechas con hierbas y su irada perdida dejaba entrever que estaba drogado. Sin decir palabra se apostó delante de la camioneta y quedo tieso comuna estatua, apuntando su lanzacohetes RPG-7 directamente hacia el vehículo.
Klanian había pasado por muchas situaciones difíciles, pero esta vez realmente se asustó. El muchacho tenía el dedo sobre el disparador, y era obvio que no podía están en completo control de sus actos, ya que si la granada hacia impacto sobre la camioneta, él estaba tan cerca que también terminaría volando por los aires.
Mientras tanto, el resto de los milicianos comenzaron a gritarles a los prisioneros y apuntarles con los fusiles. A medida que otros se les iban sumando, aumentaba la violencia de sus aullidos. Algo estaba ocurriendo que el Capitán uruguayo ignoraba.
Abrió el vidrio de su ventanilla para tratar de dialogar; y la respuesta que recibió le dio una pista clara de lo que estaba pasando.
-¡Spy! ¡Spy!(59)-Gritaban los rebeldes, señalando a sus acompañantes del asiento trasero.
-¡No, no! ¡Prisoners!(60)- Replicaba Klanian.
(59) ¡Espía! ¡Espía!, en inglés.
(60) ¡No,no! ¡Prisioneros!, en inglés
En determinado momento se le acercó subrepticiamente un jovencito, quien luego de colocar la punta de su bayoneta en el cuello, empezó a tirar hacia afuera, como si quisiera sacarlo por la ventanilla. La intención era muy clara, lo que quería era retirarlo del vehículo, para luego volarlo con los prisioneros adentro, pero sin matar al miembro de Naciones Unidas. Klanian se resistió como pudo. Era un forcejeo muy difícil, ya que la bayoneta se podía clavar en su cuello en cualquier momento.
Mientras eso ocurría, una persona mayor que las demás, como de treinta años, salió de una carpa que estaba parcialmente oculta y comenzó a acercarse con aire de autoridad. Miró hacia dentro de la camioneta y exclamó:
-Los conozco. Pero no son los espías.
Klanian exhaló un suspiro de alivio. ”Martinsito, te salvaste”, pensó.
El Jefe rebelde gritó unas ordenes, indicando que los dejarán ir, pero sus subordinados se tomaron un largo rato para levantar los obstáculos del camino. Era evidente que disfrutaban por demás del terror que estaban infringiendo en los tres prisioneros. La “estatua del RPG-7” demoró también en retirarse, sin haberse movido o dicho una sola palabra en todo ese tiempo.
Cuando finalmente pudieron seguir viaje, el oficial uruguayo le dio las galletas y sardinas a los heridos, los cuales se abalanzaron sobre la comida, metiendo desesperadamente los dedos en las latas y aprovechando hasta el último mendrugo.
Llegaron al hospital de Morovia al anochecer, en donde Klanian los dejó en manos de los médicos, para sin más demora regresar al Cuartel General a retomar su guardia.
Fue recién en ese momento en que pudo aflojarse y pensar sobre lo que había experimentado. Le llevó un buen rato tranquilizarse, pero ese tiempo le sirvió para que se formase en él en él la firme opinión de que Naciones Unidas es, en las áreas de conflicto, los ojos, los oídos y la voz de las poblaciones civiles que son víctimas de los mismos. Sin la presencia de los Cascos Azules, muchas tragedias se desconocerían y no se podrían evitar.
Así transcurrió la Nochebuena, probablemente la más agitada, pero sin duda la mejor de su vida, aunque lo que más lo conmovió fue cuando, al dar las doce de la noche, los otros Observadores Militares uruguayos cruzaron al Cuartel General para abrazarlo y brindar con él. Ellos sabían bien todo lo que le había pasado aquel día, y querían de esa manera expresarle su camaradería y su profundo aprecio.